Tontería de Imaginación

Publicado en por Liza Natalia

Las frías y oscuras calles de esta ciudad me rodeaban en este momento. Me encontraba con Rafael, mi novio, y nos dirigíamos a la farmacia. Pasamos por un Wal-Mart, oscuro y negro como la profundidad de un hoyo negro, pasamos por casas y edificios que por dentro estaban ocupados, pero por fuera parecían esas casas de terror de las películas. Vimos letreros, algunos casi destruidos, otros totalmente nuevos e iluminados, y otros que no estaban maltratados pero tampoco eran viejos. El cielo estaba despejado, había luna llena, pero ni las estrellas ni las nubes se atrevieron a aparecer aquella noche.

Rafael se bajó del coche cuando llegamos a nuestro destino. Me dio un beso en la mejilla antes de irse, y me dijo que no tardaría, sólo iba por una medicina. Solo. Miré a mi alrededor. ¡Qué vacía se encontraba la farmacia! Nunca la había visto así. Parecía que un terremoto había pasado y arrasado con todo aquí, pues la farmacia se encontraba apenas en condiciones adecuadas, las luces casi apagadas, y nadie se encontraba en los alrededores.

Pasaron un minuto, dos minutos, tres minutos, cuatro minutos, cinco minutos y comencé a desesperarme. ¿Qué tanto se podía tardar en comprar una medicina? ¿Qué le pudo haber pasado? Consideré mis opciones.

-Pudo haberse perdido en la tienda (no muy probable).

-Pudo haber dejado de jalar la caja registradora.

-Puede no encontrar la medicina, y los trabajadores la andan buscando.

-Puede que se le antojó comprar otras cosas y las anda buscando.

-Tal vez se le olvidó el dinero, y está intentando hacer un trato con el de la farmacia.

Esas serían las más sabias, maduras, y probables razones por las cuales mi novio se tarde tanto. ¿Pero como sabía yo, que la razón debía de ser sabia, madura y probable? ¡Tal vez lo han engañado!

Sí, me imagino la escena. Veo a mi querido Rafael, inadvertido, confiado y con su hermosa sonrisa, entrar a la farmacia. Se pone a observar las cosas de su alrededor, como tanto le gusta hacer cuando lo obligo a ir al súper conmigo. Inocente, se acerca al cajero, y pregunta por la medicina. Ese terrible, despiadado, ese idiota de la caja se aprovecha de su ingenuidad y le dice algo inteligente para engañarlo.

-¿Le gustan los chicles que saben a chile? ¡Son únicos!

-Wow, siempre he querido probarlos.

-¡Yo tengo! ¿Quiere probar uno?

-¡Claro!

-Bueno, pero tendrá que acompañarme al sótano, oscuro, donde nadie oirá los gritos que hagas. Será como si nadie supiera de tu existencia en esta farmacia.

-Hm… se me hace un poco sospechoso… De acuerdo, no tengo nada que perder.

Los dos hombres, el maldito inteligente de la caja, y el ingenuo de mi novio, caminan hacia aquella misteriosa puerta, que según el maldito inteligente es el sótano. Bajan esas tenebrosas escaleras de madera, casi destruidas, deseando que ninguna se convierta en alguna trampa para hacerlos caer y matarse ahí mismo, sin que nadie se entere jamás…

-Ayúdeme- dice el cajero a mi querido Rafael.

Los dos se ponen a jalar un gran mueble que impide la entrada a otra habitación. Es tenebroso, más el inútil de mi novio no se da cuenta del peligro que corre. Cuando terminan de jalar el mueble, a la vista, una hermosa caja de madera, tallada con grabados hermosos que uno difícilmente se imagina, se encuentra detrás de la tremenda puerta. Con la baba en los labios, escurriéndoseles de la boca hasta manchar sus camisetas, los dos hombres se acercan a ella, y con un suave y delicado movimiento, la abren. ¡PLAS! De acuerdo, corrijo, con un fuerte, tremendo y brutal movimiento abren, casi rompiendo, la preciosa y delicada caja. (ABORASADOS)

Una luz ilumina sus caras, los distrae por un momento, hasta que ahí está. Ese precioso empaque color rojo, con un chile dibujado y un chicle tan picante que te deja la sensación de que ya no tienes lengua…

Un momento, sólo es uno. ¿Qué pasará? ¿Quién se lo comerá? Veo al cajero de la farmacia empujar a mi querido novio hacia la pared e inclinarse para agarrar el chicle.

-Es…¡MÍO!- se lo mete a la boca

Mi novio, decidido, se levanta, y lo empuja hacia atrás, haciendo que éste se golpee la cabeza, escupiendo el chicle.

-¡NO!- grita éste, cuando ve a mi novio lanzarse sobre el chicle, en su cara, la intención de comérselo aunque ya esté masticado.

-¡¡Si te lo comes no te dejaré salir de aquí y morirás de hambre, angustia, y soledad!!

¡Toc!¡Toc! ¡Qué demonios!... Mi novio había regresado, con la medicina en la bolsa de la farmacia que le habían dado. Me tocó la puerta para que le abriera, así que le abrí.

-¿Qué pasó, linda? ¿En qué pensabas?

-Eh… ¿Por qué tardaste tanto?

-Ah… es que… me perdí…

Prendió el carro, y volvimos a recorrer esas oscuras calles de vuelta a mi casa….

 

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